Me llamo Marcos y tengo cinco años. Vivo en una ciudad tan grande como una mandarina para una hormiga y, para ir al colegio, papá y yo cogemos dos metros y un autobús. Y te preguntarás, ¿por qué me cuenta Marcos que debe coger dos metros y un autobús para ir al colegio? Pues muy fácil, te voy a contar todo lo que pasó esta mañana...
Cuando papá y yo salimos a la calle y empezamos a caminar hacia la estación, iba yo todavía algo dormido. Pero no me duró mucho el sueño. Papá ha comprado el periódico en la tienda de Luis y mientras ellos discutían sobre cosas que poco me importan, una letra A tan grande como una mandarina para una hormiga ha salido del periódico para ponerse a mi lado.
- Hola Marcos -me ha dicho la letra A-.
Yo no he sido capaz de contestar y me he quedado mirándola con los ojos muy abiertos.
- Hola Marcos -me ha vuelto a decir la letra A-. ¿No te han enseñado en el colegio y en casa que cuando alguien te saluda tú debes hacer lo mismo?
No os lo vais a creer, pero cuando he intentado dar los buenos días a la letra A la voz no me ha salido de la garganta. ¡He intentado hasta gritar!
- Hola Marcos, me llamo Juana.
- ¿Y tú por qué sabes mi nombre si yo no te he dicho cómo me llamo? De repente, abrí los ojos todo lo que pude y me di cuenta de que había hablado con una letra. ¡No! ¡No sólo había hablado con una letra! ¡Había gritado a una letra!
Papá, que había estado todo el rato hablando con Juan, me miró sobresaltado y me preguntó si me ocurría algo, aunque volvió enseguida a su conversación.
- Sé que te llamas Marcos porque he oído a tu papá llamarte así antes. Sé que es raro que una letra del periódico salga de ahí para hablar contigo, pero ¿no crees que es divertido poder hablar conmigo? Para mí es divertidísimo poder acompañarte al colegio subida en tu hombro ¡es muy aburrido vivir aplastada en un trozo de papel! ¡Quiero ver mundo!
- ¿Pero cómo vas a venir conmigo al colegio? ¿Estás loca? ¡Los demás niños se reirán de mí si me ven llegar contigo!
- Los demás niños no tienen que enterarse de que voy contigo. Yo iré en tu hombro durante el camino y luego me meteré en tu mochila para que nadie me vea. Yo seré tu secreto y tú serás el mío, ¿no te parece divertido?
Papá dejó de hablar con Luis y Juana se subió a mi hombro sin dejar que yo pudiera responder. Yo fui callado todo el camino, cosa que extrañó mucho a papá, pero Juana fue dando pequeños gritos según avanzábamos por túneles y estaciones. Se parecía a mi el primer día que monté en metro. Daba pequeños saltos sobre mi hombro, me hacía preguntas al oído y se agarraba muy fuerte de mi oreja cuando frenábamos. Tenía razón, fue divertidísimo llevarla conmigo al colegio y poco a poco fui comentando con ella cómo nos movíamos como una serpiente por debajo de la tierra, cómo dos luciérnagas que iban sentadas en la cabeza de la serpiente iluminaban todo el túnel para que no nos perdiéramos, cómo dos pequeños ratones tiraban del tren cuando llegábamos a las estaciones para que las personas pudieran subir y bajar...¡Y Juana estaba encantada!, reía, preguntaba, saltaba.
¡Ha sido el mejor viaje en metro que he hecho en mi vida! ¡Y Juana una de las mejores amigas que he encontrado! ¡Es tan divertido ver cómo disfruta con cada pequeña cosa! ¡Es tan divertido viajar con ella en metro y en autobús! ¡Tan divertido que no me di cuenta de que habíamos llegado ya al colegio! Tan divertido que mi amigo Pablo estaba hablándome y yo ni le escuchaba, sólo podía oír a Juana diciéndome:
- Mira, ¡a tu amigo le salen letras por los codos de todo lo que habla!
¡Yo no podía dejar de reír y a Pablo le salían cada vez más letras de los codos! Más y más letras que saludaban a Juana y se reían con ella.
Pero llegó el momento de entrar en clase y Juana tuvo que meterse en mi mochila. Atendió a todas las explicaciones de la profesora Teresa y salió de vez en cuando de la mochila para pellizcarme en la pierna y gritarme que era el mejor día que había pasado en su vida.
Cuando llegamos a casa, mucho más tarde, Juana me dijo que debía volver al periódico, que era ese su lugar, pero que gracias a mí había pasado el mejor día de su vida, había descubierto cosas que ni siquiera sabía que existían y había reído hasta dolerle la tinta.
Yo estoy ahora en la cama, papá ha venido ya a leerme el cuento y no os lo vais a creer, pero mientras miraba los dibujos, he visto cómo todas las letras A del cuento, me guiñaban los ojos y me tiraban besos.